Cuando leí que el expresidente Donald Trump había sido acusado bajo la Ley de Espionaje, recordé lo que dijo Henry Kissinger en 1970 cuando un presidente socialista/comunista, Salvador Allende, fue elegido democráticamente en Chile: “El gobierno estadounidense no aceptó la irresponsabilidad del pueblo chileno.

Algunos en el gobierno de EE. UU. sienten que reelegir a Trump sería un acto irresponsable por parte del pueblo estadounidense y, por lo tanto, debería detenerse.

En Chile, el gobierno de Estados Unidos ayudó a socavar a Allende mediante una operación encubierta de la CIA hasta que fue derrocado. Trump no sufrirá ese destino, pero probablemente sufrirá tantos problemas legales que será encarcelado o arruinado.

Dos puntos sobre esto. Primero, es interesante cómo todos esos grandes pronunciamientos imperiales, como el de Kissinger, continúan apareciendo años después como cardos en nuestra política interna. En segundo lugar, y más importante, está la pregunta de por qué le está pasando esto a Trump.

La respuesta simple es la religión. No estoy hablando del cristianismo. Me refiero a la religión secular estadounidense: debates sobre principios políticos como la democracia, la libertad, la justicia, los derechos, los deberes y el estado de derecho, consagrados en la Constitución estadounidense.

En esta religión, la batalla es sobre la interpretación de la Constitución; la sala de máquinas de la batalla se produce entre el gobierno estadounidense y el pueblo estadounidense. Las injusticias alimentan las discusiones sobre los principios constitucionales.

Trump es un promotor de la herejía religiosa cuando habla de fraude electoral, jueces corruptos y noticias falsas. Para la religión secular estadounidense, es un fanático peligroso, como lo fue Allende durante la Guerra Fría.

Mateo Atlee

Lancaster