Lo que comenzó como una protesta estudiantil contra el aumento de las tarifas del metro el 18 de octubre se ha convertido en un motín popular en Chile. A pesar de los veintiséis muertos y trece mil heridos, los manifestantes siguen marchando y chocando con la policía en Santiago en un levantamiento que ha sorprendido a expertos nacionales, regionales e internacionales.
¿Por qué protestan los chilenos?
La promesa de desarrollo económico que siguió al final de la dictadura militar de Pinochet en la década de 1990 creó expectativas poco realistas que muchos chilenos dicen que no se han cumplido. Gracias a treinta años de gobiernos elegidos democráticamente, el país ha alcanzado niveles notables de crecimiento económico y durante mucho tiempo ha sido considerado uno de los países más ricos de América Latina. Pero no todos los chilenos se han beneficiado de esta expansión, y las protestas han revelado una frustración generalizada y profundamente arraigada con las desigualdades arraigadas. Los sistemas privatizados de educación, salud y pensiones todavía favorecen desproporcionadamente a los ricos y han dejado a una parte significativa de la población en la pobreza o la deuda.
Pero las demandas de los manifestantes van mucho más allá de reformas al sistema de pensiones y aumentos en el salario mínimo; quieren una nueva constitución. El documento actual se remonta a la dictadura de Pinochet y los chilenos esperan revisarlo para limitar el papel del gobierno en la economía y formular un plan que responda a las necesidades y demandas de las clases media y popular.
La reacción del gobierno
Para sofocar las protestas, el presidente chileno Sebastián Piñera declaró el estado de emergencia el 19 de octubre y desplegó diez mil efectivos a los que se les dieron estrictas reglas de combate. Las balas de goma causaron cientos de heridas en los ojos entre los manifestantes, incluido el estudiante de 22 años Gustavo Gatica, cuyo nombre ahora se corea durante los disturbios como símbolo de resistencia contra el abuso policial.
Aunque Piñera retrocedió temporalmente en su respuesta a la protesta y denunció cualquier abuso de las fuerzas armadas contra la población civil, a finales de noviembre pidió a los legisladores que aprobaran un proyecto de ley que permitiera a las fuerzas de seguridad proteger la infraestructura cargada para brindar servicios básicos.
El presidente trató de satisfacer las demandas de los manifestantes prometiendo aumentar el salario mínimo, subir los impuestos al 1% más rico y buscar otras reformas para reducir la desigualdad. También pidió a los miembros de su gabinete que renuncien -aunque los ministros de Salud y Educación siguen en el poder- y ofreció un plan para revisar y mejorar la constitución, pero los esfuerzos del presidente aún no se han materializado, satisfizo a los manifestantes.
A mediados de noviembre, los partidos políticos más influyentes de Chile firmaron un acuerdo para reemplazar la constitución. Y en un referéndum que se realizará en abril de 2020, los chilenos decidirán si el congreso existente o un grupo de legisladores recién elegidos y ciudadanos seleccionados deben redactar la nueva constitución.
¿Y después?
Piñera está bajo una mayor presión para sofocar el caos a medida que las protestas prolongadas comienzan a afectar la economía chilena. Las protestas podrían provocar la pérdida de hasta 100.000 puestos de trabajo y el 1,2% del crecimiento económico. El 2 de diciembre, el gobierno chileno anunció un paquete de estímulo económico de $5.500 millones para compensar la reciente caída. A medida que aumentan los costos económicos, Piñera enfrentará una mayor presión para cumplir con las demandas de los manifestantes o renunciar.
En los últimos meses han estallado grandes olas de protestas en diferentes países de América Latina, desde Chile hasta Bolivia y Colombia. Esta tendencia es una llamada de atención sobre las frustraciones populares y el descontento generalizado, y mientras los gobiernos se esfuerzan por encontrar las respuestas adecuadas, las demandas de los manifestantes tienen cada vez más el potencial de influir en el futuro de la región. Piñera debería aprovechar esta oportunidad para abordar problemas profundamente arraigados en Chile, y sus intentos de sortear esta crisis pueden servir de ejemplo para otros gobiernos de América Latina.
Maria Borselli es pasante en el Centro Adrienne Arsht para América Latina del Atlantic Council
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